El flaco siempre
sabía decir que con cada mina linda que se baja del colectivo se va una
historia de amor que pudo ser maravillosa. Yo pienso que era su forma de decir
que la fantasía es maravillosa hasta el momento en que la tocamos, en el que la
empezamos a convertir en realidad. Uno va moldeando cosas con la mente y
después las empieza a deformar con las manos.
Todo esto que te
digo tiene que ver con que, el otro día, caminando por Rivadavia, la volví a
ver. No me lo vas a creer, pero no sé bien como se llama, aunque con el flaco
creíamos que se llamaba Natalia, porque
alguna vez le vimos una carpeta con ese nombre escrito. Nati, incluso, le
decíamos, aunque la mina ni nos registraba. Para el caso, es lo mismo. Pongamos
que se llamaba Natalia.
En esa época,
con el flaco tomábamos el colectivo todos los días por el trabajo; dos mil
veces me habré subido al 202, y un día, ni idea cuando, en la parada de Salta y
Belgrano subió ella. No te voy a decir que el tiempo se detuvo ni alguna de
esas pelotudeces porque no fue así. No es una mina que te vaya a volver loco,
no es de esas minas que todo el mundo se da vuelta para verla. Pero era linda…
como explicarte, una linda mina de barrio, una muy linda mina de barrio, de las
que usan vaquero y zapatillas y dan la impresión de que se pusieron lo primero
que encontraron.
Con el flaco
inmediatamente la miramos, con el hambre que teníamos en esa época. Además la
mina ganaba por contexto, no había muchas minas lindas en el 202. Y que
subieran todos los días menos. Siempre tenía alguna carpeta o algún libro, me
imagino que vendría de la facultad cuando subía. Al tiempo ya suponíamos que se
llamaba Natalia, por lo que te dije, y que estudiaba profesorado de inglés,
pero de hablar con ella cero, nada.
Fue todo muy
gradual, la verdad, la primera vez que la vi me pareció linda, ya te dije, pero
con el tiempo las cosas se me fueron de las manos. Esperaba que llegara el
lunes con más ansiedad que el fin de semana, y si amenazaba con llover ya
empezaba a sentirme mal porque cuando llovía generalmente ella no subía al
colectivo. Después de un tiempo dejé de hablar del tema con el flaco, porque no
quería que pensara que yo estaba obsesionado o algo así.
Hablarle se me
cruzó por la cabeza mil veces, te juro. ¿Pero cómo arrancas una charla con una
mina desconocida? Al final, uno termina preso de las convenciones sociales,
entonces si la ves en un boliche o en un bar ahí si le podes llegar a hablar,
porque está como socialmente aceptado que en esos lugares uno le puede hablar a
desconocidos. Pero en el colectivo no, en el colectivo quedás como un loco,
como un degenerado si te le acercás a una mina y le decís “hola, que tal,
siempre te veo en este colectivo… ¿como te llamás?”. Para colmo nunca la vi en
otro lugar, nunca se me dio la chance en algún boliche o algo así, y eso que por
esa época con el flaco no le errábamos nunca los fines de semana.
Así habrá pasado
un año, o algo así. Más, en realidad, año y medio, calculo. El flaco, cuando se
compró el auto, unos días antes de que se lo entregaran, me dijo que como ella
había millones. Que en la época en la que él estudiaba ciencias económicas la
facultad estaba plagada de esa clase de minas. Era su forma de decirme que ya
que él no iba a estar más en el colectivo, esperaba que la cortara con el tema
de esta chica.
Pero para mí no
había millones como Natalia. Era única. Vos dirás como se esto si en definitiva
no la conocía, y yo creo que justamente por ahí pasa el tema. Era todo
imaginación, idealismo, una fantasía. Yo creo que incluso no estaba seguro de
querer conocerla. ¿Viste lo que te dije antes de que uno va moldeando cosas con
la mente y después las empieza a deformar con las manos? No sé si te pasó alguna
vez, que quisiste dibujar algo y en tu cabeza era perfecto, ya lo tenías listo
y en cuanto agarraste el lápiz se empezó a torcer. Y sabés exactamente como lo
querés pero no hay caso, tu mano no puede seguir lo que indica la cabeza.
Entonces lo que te digo es que no se si realmente quería hablarle o no, ahora
que lo pienso. Capaz que era el miedo a encontrarme con una mina completamente
distinta a lo que yo esperaba, o a que ella pensara mal de un tipo que le
hablaba en un colectivo, o el temor a que no me diera bola, que es aún peor.
Capaz que era todo eso junto.
Cuando el flaco
dejó de viajar en el 202 empeoró todo. Ya no tenía ninguna distracción, nadie
con quien hablar. El viaje transcurría entre el tiempo en el que la esperaba y
el tiempo en el que, todo lo discretamente que podía, la miraba. Al poco tiempo
comencé a tomar acciones en pos de forzar algún encuentro que me permitiera
hablarle sin quedar desubicado. Tácticas de una inteligencia modesta, por
supuesto. Me sentaba en los asientos dobles dejando libre el que estaba al lado
de la ventanilla y en cuanto ella subía me ubicaba en ese, desocupando el del
lado del pasillo. Luego empecé a tomar el colectivo en la misma parada que
ella, para lo cual caminaba diez cuadras únicamente con ese fin, porque en
rigor de verdad el 202 pasaba prácticamente por la puerta de mi casa. Debo
reconocer, por supuesto, que no eran esfuerzos considerables, y lógicamente no
concluyeron con éxito. De ahí que te digo que no se si en realidad quería
hablarle. Digo, si realmente le hubiese querido hablar lo habría hecho, con
mucho esfuerzo pero lo habría hecho.
El caso es que
el tiempo siguió pasando y yo seguí sin encontrarla en ningún otro lugar. Lo
cual incluso resulta extraño, porque por mera ley de probabilidades debería
haberla visto alguna vez fuera de la cercanía del 202. Catamarca no es una
ciudad grande.
Alguna vez,
tomando un café con el flaco, me preguntó si seguía viendo a la mina del 202.
Yo no quise mentirle, no tenía mucho sentido porque él siempre se da cuenta
cuando lo hago, así que le dije que sí, pero tratando de darle a mi voz un tono
casual, como si acabara de advertir que la seguía viendo únicamente porque él
acababa de preguntármelo. Entonces comenzó todo un discurso que ya no recuerdo
muy bien, pero que me dejó una enseñanza que nunca más olvidé, y cito al flaco
cuando dijo que “la fantasía puede ser una hija de puta que no te deja vivir en
paz”.
Yo supe
inmediatamente a qué se refería. No es que en todo ese tiempo no estuviera con
nadie más por la chica del 202. Al contrario, tuve algunas historias, y en
cuanto el flaco me dijo esa frase me di cuenta de lo que estaba haciendo. Cada
vez que alguna mina me decepcionaba, me fallaba o, simplemente, no era
exactamente lo que yo quería, pensaba que Natalia no habría hecho eso. El flaco
me dijo que había visto mil veces gente como yo, a la que le pasaba lo mismo
que yo. Que era típico de la gente que tenía amantes con relación de telo
únicamente. “El tiempo que se pasa en el telo es tiempo de fantasía, a la misma
mina la llevás una semana a tu casa y no la querés volver a ver en tu vida”,
fueron exactamente sus palabras. Y de eso el flaco sabía mucho, porque sus
relaciones eran exclusivamente teleras. Dudo que haya ido al cine alguna vez
con una mina, incluso, ni hablar de cenar.
Con las palabras
del flaco en la cabeza, la siguiente vez que subí al 202 lo hice con la firme
decisión de que si no le hablaba a la chica, me tenía que olvidar de ella. Esto
y empezar a viajar en el 101 fue prácticamente la misma cosa. A veces, cuando
ambos colectivos se cruzaban en el camino, me fijaba si lograba verla en alguna
ventanilla. Me preguntaba si habría notado mi ausencia o si el viaje seguiría
siendo igual para ella.
No mucho tiempo
después me compré mi primer auto. La primera vez que encendí el motor fue como
decirle adiós para siempre a la chica del 202, aunque cada vez que pasaba por
la esquina de Belgrano y Salta trataba de encontrarla allí, con una carpeta en
la mano y el pelo suelto como si no le importara el viento.
Y por mucho
tiempo no volví a verla, hasta este otro día en el que te digo que me la crucé
en la Rivadavia. Yo me acerqué
todo ilusionado, imaginate, después de tanto tiempo, encontrarla en la calle en
un día de primavera hermoso. Ella estaba sola y yo también. Me olvidé de
cualquier inhibición, de todos los consejos del flaco y le hablé, porque en
definitiva la vida es demasiado corta como para vivirla en la indecisión. Así
que me paré al lado de ella y plenamente confiado de mi suerte, le pregunté:
-Hola… ¿vos sos
Natalia, verdad?
Y ella me miró
por unos segundos, me imagino que tratando de reconocerme, pensando que mi cara
le resultaba familiar pero que no podía recordar en qué lugar me había visto, y
me dijo:
-No. Me llamo Marcela.
Así que me fui a
la mierda, te imaginarás. ¿¡Cómo no se va a llamar Natalia!? ¿¡Podés creer!?
Una desubicada, la mina. Si así empieza… ¿¡Te imaginás con que otra sorpresa me
puede llegar a caer después!? Al final
son todas iguales, viejo.
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