III
A pesar de que el invierno se estaba acercando, el
asfalto al mediodía se calentaba demasiado con el sol. Al igual que nuestras
patas, nuestros lomos, nuestras cabezas, los árboles, las piedras y el mundo,
en general. El entusiasmo inicial de Harley había mermado luego de los primeros
cinco kilómetros. El mío no, porque nunca había existido.
-¿El rastro de las
plantas se hace más fuerte, Marlboro?- preguntó Harley esperanzado.
-Totalmente.
–contesté, señalando hacia las montañas que había al otro lado del río que
bordeaba la ruta, que estaban llenas de vegetación de todo tipo. Harley decidió
no contestarme y se limitó a gruñir disconforme.
-¿Por qué no bajamos
hasta el río y descansamos unos minutos?-propuse, podemos seguir luego, cuando
baje el sol.
Tomamos un camino
aledaño y descendimos por él hasta llegar a la orilla del río. Luego caminamos
un poco más hasta que encontramos un sector del mismo en el que el agua corría
calmadamente, lo suficiente como para tomar un poco y refrescar las patas. Nos
echamos debajo de un sauce, la arena estaba agradablemente cálida. Harley
estaba ansioso por seguir, pero entendió que yo necesitaba un poco de descanso
y que cuando el sol no proyecta sombra es preferible no tentar a la suerte.
Al cabo de algunos de
minutos me levanté pensando que ya era hora de partir. No sabía hacia donde,
pero creí que era importante mantenernos en movimiento. Harley, sin embargo, se
quedó quieto, con sus orejas erguidas y sus ojos bien abiertos, olfateando el
aire.
-¿No estabas apurado
por buscar a tu familia?
-¿No lo sentís? –preguntó
– Es carne.
Olfateé en la misma
dirección y no alcancé a sentir nada de eso. Comencé a preguntarme si no era
una mala idea que confiáramos en mi olfato para emprender ese viaje. Es decir,
en realidad sabía que era una mala idea, pero hasta ese momento no me había
dado cuenta de lo mal que estaba mi nariz. Un nuevo esfuerzo olfativo me hizo
tragar una buena cantidad de moco disuelto por el sol y ahí, si, entonces, un
leve aroma a carne y sangre me activó nuevamente el deseo de vivir.
Comenzamos a caminar
río arriba, siguiendo el olor. Harley estaba completamente entusiasmado, pero
yo me mantenía cauto, mis años en la calle me habían enseñado que las buenas
comidas nunca eran totalmente gratis. A medida que el olor se hizo más intenso
comenzamos a ver un tráiler de los que venden comida rápida, desvencijado,
herrumbrado, con el nombre “El choriloco” pintado en grandes letras rojas. A su
alrededor colgaban chorizos frescos, y no parecía haber nadie cerca.
Harley se abalanzó
apenas vio la comida y arrastró una tira consigo. Yo, aunque estaba famélico,
preferí inspeccionar un poco los alrededores para asegurarme de que no había
peligro. Caminé hacia el otro lado del tráiler y me encontré con un panorama
desolador. He visto muchas cosas terribles en mi vida. He visto perros ser
desintegrados por un camión; he visto perros morir de hambre y frío, pero hasta
ese día nada de lo que había visto me había provocado terror. Había ganchos
colgando de una gruesa rama, y de ellos colgaban perros y gatos de todo tipo y
color. Algunos estaban despellejados, de todos caían espesas gotas de sangre
formando charcos de un color rojo oscuro, casi negro. Me quedé sin aliento por
unos segundos. Cuando por fin pude volver a respirar, sin dejar de mirar los
cadáveres, le dije a Harley:
-¡Harley, no comas
esos chorizos!
-¿¡Porque no!? ¡Están
geniales! – mientras decía esto apareció corriendo al lado mío. Llevaba en su
boca un chorizo a medio comer.
Al ver esa barbarie,
Harley se quedó quieto durante algunos segundos. El chorizo colgaba de su boca
como un cigarrillo pendiendo de los labios de un ebrio. Luego, comenzó a
vomitar. Vomitó cosas que yo jamás imaginé que un perro podía comer. Cuando
terminó, le dije que debíamos marcharnos inmediatamente, quien fuera el
culpable de esa masacre no debía estar lejos, y si nos encontraba allí en
minutos seríamos embutidos. Fue entonces cuando vimos al gato. Maldito gato.
Estaba atado con una
correa a un árbol cercano, cerca de un charco de sangre más grande y espeso que
el resto, en el cual seguramente mataban a todos los animales antes de
llevarlos a desangrarse a los ganchos. Apenas nos vio, comenzó a pedir ayuda.
-¡Tenemos que
ayudarlo!-dijo Harley, que encaraba todo tipo de empresas absurdas con el mismo
entusiasmo.
Nunca he sido un
fundamentalista de la guerra entre gatos y perros, a decir verdad. He
participado de algunas persecuciones, pero más que nada por integrarme a algún
grupo, por ser parte de la manada. Pero nunca tuve intenciones reales de
lastimar a alguno. No obstante, me encontraba lejos de quererlos y la idea de
perder valiosos segundos de huida ayudando a uno de ellos tampoco me agradaba
en absoluto. Además era uno de esos blancos y negros de los que había miles en
las calles, la naturaleza iba a seguir su curso aunque perdiéramos a uno.
-Seguro que estará bien
– mentí descaradamente – probablemente su dueño solo fue a dar un paseo. Lo
buscarán más tarde.
Harley no me hizo
caso y corrió en dirección al gato. Como me sentía más seguro cerca de otras
potenciales víctimas, lo seguí.
-Gracias, muchachos –
nos dijo el gato – Apúrense, ese loco volverá pronto.
Harley comenzó a
morder la soga para cortarla. Yo me dediqué a hacer guardia, aunque solo
pensando en mi propia seguridad. Estaba dispuesto a salir corriendo ante la
menor amenaza. A esas alturas, no habría estado cómodo con la decisión de
abandonar a Harley, pero con un poco de esfuerzo seguramente volvería a
conciliar el sueño. Sin embargo, en una decisión que aun hoy me reprocho,
decidí quedarme y hacer frente al peligro.
El dueño de
“Choriloco” apareció ante mi vista como una imagen grotesca hasta el absurdo.
Lejos de la silueta sombría y digna de La Parca, este llevaba unos vaqueros
manchados de sangre que todavía se estaba prendiendo, con unos dedos gordos y
torpes. Tenía una remera que le quedaba un poco corta, así que un poco de panza
quedaba a la vista colgando, y en general estaba tan gordo que no usaba cuello.
Tenía manchas de grasa por todas partes, grasa y sangre. Apenas lo vi lo
primero que pensé fue que no quería morir a manos de ese impresentable. Es
decir, no quería morir a manos de nadie, claro, pero mucho menos de alguien que
se limpiaba el culo y las manos con el mismo repasador.
-¡Rápido, Harley!
-¡Lo hago lo más
rápido que puedo!
-¡No me contestes,
muerde la soga!
El impresentable agarró
un hacha enorme del suelo, tan grande que parecía más apropiada para cortar
árboles antes que cuellos, y comenzó a correr hacia nosotros. Yo le ladré,
porque a pesar de mis años en la calle, en ocasiones todavía creo en el poder
milagroso del ladrido. Pero al parecer él no creía, porque no se detuvo.
-¡Listo!- dijo Harley
e inmediatamente salimos corriendo. El gato se quedó quieto en el mismo lugar.
Al principio pensé que estaba paralizado por el miedo, y cuando el hacha empezó
a bajar hacia él, creí que estaba a punto de pasar a tener catorce vidas, todas
ellas muy cortas, y que si se moría era un maldito desagradecido que
despreciaba nuestro esfuerzo. Pero a último momento esquivó el hacha y
aprovechando que el gordo había quedado con su rostro muy abajo, saltó y le
produjo un inmenso corte que le cubrió con sangre el lado derecho de su cara.
Se tomó el rostro con ambas manos mientras gritaba sin parar. Los tres huimos
río arriba.
Casi una hora
después, con el aliento recobrado y la tranquilidad de haber dejado al gordo a
una buena distancia, los tres nos echamos a descansar y a disfrutar del último
sol de la tarde. El gato aprovechó para contarnos que se llamaba Burton, y que
había pasado la mayor parte de su vida en un galpón donde se almacenaban alimentos,
ocupado en cazar cientos de ratas junto a otros gatos callejeros. No era una
mala vida, pero un día se llevaron las últimas bolsas de alimento y las ratas
abandonaron el lugar. La gente de la fábrica se llevó a algunos a sus hogares,
pero él no tuvo esa suerte. Cuando el dueño de “Choriloco” apareció con su
camión, los que quedaban pensaron que iban a llevarlos a seguir trabajando en
otro lugar, pero para el momento en que se dieron cuenta de lo que los esperaba
ya era tarde para escapar.
-La mayoría murió
mientras veníamos para acá, asfixiados. Ese miserable tenía el caño de escape
conectado al tráiler para matarnos con el humo. Por eso quería cortarlo, para
que cada vez que se mire al espejo se acuerde de mí y de mis amigos.
Harley y yo nos quedamos
en silencio, observando al gato con una mezcla de admiración y temor. Por fin
el sonido de nuestros estómagos vacíos habló por nosotros, y entonces Burton
nos dijo que lo esperáramos en ese lugar, porque estaba en deuda con nosotros.
Desapareció entre los árboles y volvió al cabo de media hora, arrastrando con
su boca una rata que era casi tan grande como él. La dejó delante de nosotros
y, cuando le dijimos que podíamos compartirla, nos dijo que ya buscaría algo
para él. En ese momento temí por todos y cada uno de los animales de ese
bosque, cualquiera fuera su tamaño. Cuando se marchaba, Harley le preguntó:
-¿Cómo hiciste lo de
allá atrás, Burton? Digo, en un segundo estabas por morir y al siguiente el
tipo estaba sangrando. – Harley hablaba con tanta fascinación que temí que
estuviera por pedirle un autógrafo.
Burton levantó una
pata y en una fracción de segundo desplegó sus garras.
-Está todo en los
reflejos, Harley.
IV
-¡Dejá de preguntar pelotudeces!
-Es una pregunta
perfectamente válida, Harley.
-¡No sé qué sabor
tienen los perros!
-Pero comiste uno
hace algunas horas.
-¡Vomité todo!
-Pero antes lo
saboreaste…
Llevábamos dos horas
caminando por la ruta, con ánimos y energías renovados porque la rata, aunque
no tenía buen sabor, había resultado sumamente nutritiva. Durante ese tiempo me
había dedicado a molestar a Harley con el hecho de que había comido chorizos de
perro y él había tratado de ignorarme todo el camino sin éxito. De cuando en
cuando intentaba extender y contraer sus garras como lo había hecho Burton, lo
cual me daba otro motivo para burlarme de él.
La noche se estaba
cerrando, y aunque ninguno de los dos lo decía, la oscuridad nos estaba
atemorizando por los acontecimientos de ese día. Debíamos buscar un lugar seguro
para pasar la noche, pero era difícil encontrar tal cosa dentro del bosque. Con el estómago lleno mi olfato funcionaba
mucho mejor, así que habíamos cruzado el río hacía una hora y nos habíamos
adentrado en las montañas. Estaba bastante seguro de que íbamos por buen
camino, pero caminar de por una zona salvaje en esas horas podía ser muy
peligroso.
-Deberíamos
detenernos a dormir. No es seguro caminar de noche.
-No sé si podré
dormir.
-¿Por qué no?
-Tengo miedo de que
trates de comerme.
-Pelotudo.
-Es un miedo
razonable, has comido perros antes.
Harley hizo caso
omiso de esta última broma y me preguntó si estábamos cerca de las plantas que
estaba oliendo. Para ese momento la oscuridad era casi total, así que guiándome
únicamente de mi olfato le dije que no podía precisar a qué distancia nos
encontrábamos de la plantación de marihuana, pero seguramente estábamos cerca.
Tras una breve
discusión convinimos en que debíamos echarnos a descansar en ese mismo lugar,
dado que en definitiva había cosas en el bosque que podían matarnos en
cualquier lugar, no tenía sentido desperdiciar más energías buscando otro sitio
para dormir. Harley parecía sorprendido de que no supiera manejarme en el
bosque.
-Lamento haber sido
abandonado en la ciudad.- dije, para dejar atrás el tema.
-¿Tuviste amos alguna
vez?
No tenía realmente
deseos de contestar esa pregunta. Me quedé callado, pero Harley insistió.
-Podemos hablar de
eso si lo deseas.
-No quiero hablar de
eso.
-No tiene nada de
malo.
-Lo sé, solo no quiero
hablar de eso.
-Seguramente no fue
tu culpa, no tienes que sentirte responsable. Ellos son los que estuvieron mal.
Observé durante
algunos segundos a Harley, tratando de recordar en qué había estado pensando
antes de emprender ese absurdo viaje con él. Al final lo miré seriamente.
-Hice algo terrible,
algo que un perro nunca debería hacer. Algo que me ha atormentado cada noche
desde entonces.
-¿Qué pasó? Podés
contármelo, Marlboro, confiá en mí.
-Fue en hace muchos
años, mis dueños habían llevado otro cachorro de regalo, un caniche, Felipe. No
creerías el brillo de su pelo, sus ojos eran como los de un peluche; tenía
papeles, incluso, sus padres habían sido campeones, y sus abuelos antes que
ellos. Me sentí viejo, feo y desagradable, pasé de dormir frente a la chimenea
a un rincón olvidado en el patio.
Dejé de hablar por
unos segundos. Miré hacia la luna por unos instantes.
-Todas las noches los
veía desde el ventanal del patio, riendo y jugando con el perro nuevo. Algo
comenzó a crecer dentro de mí, algo que me aterraba y me fascinaba al mismo
tiempo – Harley comenzó a mirarme con ojos tensos – Entonces, una noche,
mientras toda la familia estaba fuera, Felipe salió a dar una vuelta al patio…
Harley tenía los ojos
completamente abiertos, se incorporó levemente y dirigió sus orejas hacia mí.
Yo desvié la mirada, y permanecí en silencio durante unos segundos.
-¿Qué pasó, Marlboro?
¿Lo… lo mataste?
-Peor… lo comí.
Me miró por unos
instantes. Sus ojos pasaron lentamente del asombro a la indignación.
-Sos un pelotudo.
-¿Por qué? – pregunté
divertido – Pensé que vos me entenderías.
-Pelotudo.
-Fue como comer una
nube, no sabés lo esponjoso que era. A vos te habría encantado.
Harley no me dirigió
la palabra de nuevo por esa noche, solo se dio vuelta y se quedó callado hasta
dormirse.
A la mañana
siguiente, desperté y me encontré con Harley mirándome severamente.
-Sos un pelotudo.- me
dijo cuando todavía ni siquiera había logrado abrir los ojos.
-Bueno, fue una
broma, no es para tanto.
-No es por eso.
Mirá.- movió el hocico levemente hacia la derecha para dirigir mi atención
hacia ese punto. A unos diez metros nuestros había una inmensa plantación de
marihuana y detrás de ella algunas casas precarias. Habíamos pasado la noche a
metros de nuestro destino sin saberlo.
-Bueno, te dije que
estábamos cerca, ¿Verdad? Vamos a buscar a ese chico y dejemos de perder el
tiempo.
Nos adentramos en la
plantación. Harley no me dirigió la palabra en todo el trayecto, pero no me
molestó. Estábamos en el camino correcto, el sol brillaba en el cielo y la
brisa llevaba un ligero aroma dulzón que me hacía pensar que, al final, todo
iba a estar bien.