miércoles, 24 de junio de 2015

Las aventuras de Harley & Marlboro - I



Últimas palabras



            Los años te hacen escéptico. Demasiada hambre, demasiado frío, demasiadas huidas. Las malas rachas generalmente terminan mal, y aunque fuera más optimista acerca de todo este asunto, hay un hecho que no puedo ignorar: no tenemos pulgar, así que definitivamente no vamos a salir de estas jaulas por nuestros propios medios.
            Harley está en la jaula de al lado, lo sé por su olor, y porque de vez en cuando ladra con un optimismo impropio de un perro que está esperando ser masacrado por un pitbull. Pero así es Harley, aun en los momentos más difíciles está convencido de que vamos a salir adelante. Y no hay razones para que no lo crea, a decir verdad, hemos salido de situaciones muy complicadas. Pero esta vez la suerte se acabó.
            Los pitbulls no son perros. Al menos estos. Lo eran, pero ya no lo son. Son máquinas, podrías ponerles a sus madres en el ring y las destrozarían. Y estas no son peleas, no estamos aquí para protagonizar ninguna hazaña. No se trata de coraje o pericia, y la suerte no tiene nada que ver en esto, ningún giro del azar nos va a salvar. Simplemente es puro diseño natural, ellos están hechos para matarnos, nosotros no. Tienen músculos más fuertes, colmillos más duros, piel más tirante. Nadie va a apostar por el perro ganador, aquí las apuestas se refieren al tiempo que vamos a durar vivos. Nuestra única  función es despertar en estos perros el gusto por la sangre.
            Los he visto desfilar toda la noche, con sus ojos rojos porque lo único que tienen en el cuerpo es odio, y algunos químicos que los hacen todavía más agresivos. Las jaulas se fueron vaciando con el pasar de los minutos y ahora solo quedamos Harley, Valentín y yo.
            Valentín es un fox terrier que tuvo la mala suerte de caer a este agujero de mierda porque a unos ladrones se les ocurrió entrar a robar a la casa de sus dueños y, ya que estaban, se lo llevaron a él también. Cuando vieron que era difícil venderlo por lo que valía lo tiraron en este infierno por unos billetes. Todavía tiene el pelo y los dientes brillantes, aunque la tristeza los haya opacado un poco. Podría decirse que no tiene ninguna chance una vez dentro del ring, pero eso puede decirse de todos nosotros. Cuando abren su jaula Harley comienza a ladrarle mensajes de ánimos y consejos de pelea. Yo, en cambio, soy más pragmático y le digo que si lo muerden en el cuello las cosas serán mucho más rápidas, no tiene sentido sufrir. Debe ser terrible, un día estás viendo la televisión en tu sillón favorito, descansando de un paseo por el parque, y al siguiente estás en una jaula mugrienta, cubierto por tu propia mierda y a punto de ser descuartizado por un idiota. Las vueltas de la vida.
            Odio ver a Valentín de ese modo, caminando hacia la puerta con todo el desgano de los que saben que es imposible resistirse. Odio vernos aquí a los tres, tan cerca de nuestro final. No puedo decir que mi vida estuviera llena de rosas, pero sin embargo no quiero que se termine.  Valentín camina sus últimos metros y no puedo evitar pensar en el camino que lo trajo hasta este antro de perdición. No sé si habrá sido largo o corto, pero de una cosa estoy seguro: este es el final.
            Harley, en la jaula de al lado, ha dejado de ladrar. Creo que definitivamente mi amigo también lo comprende: este es nuestro final.
            Ha sido un camino increíble.




Hippies, balas y un montón de marihuana




            I


            Hay que ser justos con ese chico: no era una mala idea en absoluto. Yo llevaba un par de meses viviendo en la casa abandonada al final de aquella colina, junto a algunos otros tan mestizos como yo. Básicamente habíamos ido ahí en busca del último refugio antes de la muerte, porque ninguno de nosotros era joven. Así que cuando por la mañana, luego de una fría noche de invierno, alguno de nosotros no se levantaba, lo tomábamos como algo perfectamente natural, el siguiente paso lógico dentro de nuestra miseria. Personalmente había abandonado todo el entusiasmo de mis años de juventud y me había dedicado a esperar lo inevitable. Todas las tardes iba hasta el paseo peatonal cercano a la colina y trataba de conseguir algo de comer, más por ocupar el tiempo en algo que por verdadero apego a la vida. Como si se tratara de respirar, no era un acto enteramente voluntario.
            Algunas veces un buen hombre nos llevaba alimento balanceado; más de una vez evité morir de inanición gracias a él. Pero la mayor parte del tiempo terminábamos revolviendo bolsas de basura o cajas con contenido desconocido, y generalmente sin éxito. No era una buena vida, y cuando alguno de nosotros trataba de cruzar la autopista cercana en búsqueda de comida, siempre me surgía la duda de si en verdad lo hacíamos para conseguir algo de comer o porque teníamos la secreta esperanza de que un colectivo hiciera estallar en mil pedazos toda nuestra desesperación.
            Así que, en síntesis, conocí a Harley en un momento límite de mi vida. Y me siento muy egoísta cuando pienso en la suerte que tuve de encontrarlo, porque eso fue consecuencia de que él perdiera a su familia y a toda la  vida y el mundo que hasta ese momento había conocido.
            Harley y otra decena de perros solían ir a pasear cerca de la casa de la colina, llevados con collares y correas por un paseador que no debía superar los veinte años de edad, un chico de musculosa y pelo largo que tenía algo que no me gustaba del todo. Yo solía observarlos con una melancolía desganada que se parecía más a la resignación. Sin embargo, de tanto en tanto mi interés aumentaba, cuando veía que algunas personas se acercaban al paseador y llevaban a cabo algún tipo de trato que no alcanzaba a ver con todo detalle a la distancia. Fuera lo que fuera, definitivamente no tenía nada que ver con los perros que llevaba a pasear.
            Una de esas tardes, mientras observaba al chico a una distancia prudente como de costumbre, apareció la policía. Dos patrulleros llegaron con sus sirenas ululando, acelerando como si se estuvieran quedando sin tiempo para evitar un asesinato. El chico fue rápido, le puso algo en el collar a Harley y salió corriendo colina abajo, hacia donde la vegetación se espesaba y le otorgaría mejores oportunidades de escapar. Los perros salieron corriendo instintivamente, incluso Harley, perseguido por un policía que lo insultaba mientras corría detrás de él. Ambos venían en mi dirección, así que yo también corrí. Es una de las reglas de la calle, si un tipo vestido con ropa de un solo color corre en tu dirección, debes huir. No pienses, no confíes, huye.
            Maldije a Harley por atraer al policía hacia mi dirección, y terminamos corriendo ambos en dirección al embalse cercano. Fue un error, por supuesto, el agua es un mal lugar para esconderse, salvo que quieras esconderte para siempre debajo de ella. Pero al parecer lo que Harley llevaba en el collar no debe haber sido tan importante porque al cabo de un par de minutos dejaron de perseguirlo. Nos detuvimos junto al dique para beber un poco de agua, hacía frío pero la persecución de todos modos nos había dejado agitados. Sobre todo a mí, que ya tenía algunos años a cuestas.
            -¡Pelotudo, porque no corrés para otro lado!- le dije a Harley apenas logré recobrar el aliento. Todavía jadeaba, pero supe darle al término “pelotudo” el tono despectivo que deseaba.
            Harley ni siquiera me miró, no creo incluso que haya sido consciente de que yo estaba a su lado. Miraba alrededor sin parar, con la respiración cada vez más agitada, pese a que ya habíamos dejado de correr. Inmediatamente supe lo que le estaba pasando, porque lo había visto en varias oportunidades. Era el comienzo de la desesperación porque se estaba dando cuenta de que se había perdido. Al cabo de algunos minutos reparó en mí y me preguntó si podía ayudarlo a regresar a su casa.
            -¿Hacia dónde queda tu casa?-le pregunté por curiosidad, en realidad no tenía intenciones de ayudar a nadie a hacer ninguna cosa.
            -En aquella dirección- levantó el hocico señalando un punto impreciso hacia el este.
            -Perfecto, eso es todo lo que necesitamos saber. Con esos datos será imposible perdernos.
            -¿Estás siendo irónico? No es el momento para ser irónico.
            -Perdón, la próxima vez consultaré el reloj antes. No vamos a llegar a tu casa caminando en ninguna dirección. Lo siento, pero estás perdido.
            Me alejé de Harley mientras volvía a la casa abandonada. Él se quedó solo a la orilla del dique y comenzó a sollozar. No tenía nada de malo, por supuesto, otros perros reaccionaban peor. Yo nunca había pertenecido realmente a algún lugar, pero podía imaginar que, en ese caso, perderte debía ser muy doloroso. Estaba a unos cuantos metros cuando escuché su voz, entrecortada por el llanto.
            -¿Puedo ir con vos? No sé dónde estoy.
            En fin, lo bueno de la miseria es que siempre puedes compartirla con alguien más.



            II


            A la mañana siguiente, me desperté apenas salió el sol, que me estaba dando directamente en la cara. Me tomé unos minutos para reflexionar si estaba contento por haber sobrevivido a otra noche, y al cabo decidí que, aunque no pensaba dar una vuelta olímpica para celebrarlo, no estaba del todo mal seguir respirando.
            Observé a Harley mientras dormía completamente encogido, con los músculos tensos y la respiración agitada. Usualmente a los perros perdidos les tomaba algunos días aceptar su situación, pero algo me decía que él no iba a rendirse fácilmente. Luego de algunos instantes en los que su respiración se agitó un poco más, despertó con un gesto alegre que desapareció a los pocos segundos.
            -Creí que despertaría en mi casa– explicó secamente sin que yo se lo preguntara.
            -No es muy común que el hada de los perros perdidos te lleve de vuelta a tu casa mientras dormís, pero si lo deseás con todo tu corazón, puede pasar.
            -¿Por qué no te vas a la mierda?
            -Lo haría con gusto, si pudiera. Eso mejoraría mi situación.
            -¿Cómo es tu nombre?
            -No tengo nombre, pero en una época me llamaban Marlboro. Creo que debe haber tenido algo que ver con una caja en la que dormía en ese tiempo.
            -¿No querés saber mi nombre?
            -No.
            -Me llamo Harley.
            -Felicitaciones. Les avisaré a los demás, lo anotaremos para encargar tu torta de cumpleaños.
            -¿Me vas a ayudar a regresar a casa?
            -¿No es obvio que no? ¿Por qué habría de ayudarte?
            -Podría haber un lugar para vos también. He oído que mis dueños están buscando otro perro.
            -Otro perro como vos, tal vez, un bonito pointer blanco y negro, pero no un mestizo como yo.
            -Tenés un parecido razonable a un border collie, aunque más grande. Digamos, un sesenta por ciento. Van a sentir pena por vos y te van a adoptar.
            -Genial, ahora sí no veo las horas de ir a buscar tu casa.
            -¿Estás siendo irónico?
            -No lo suficiente, al parecer.
            Harley se levantó y comenzó a estirar sus patas, como si quisiera quitarse el sueño del cuerpo. Se sacudió el polvo que tenía encima y luego me preguntó qué era lo que tenía atado al collar.
            Observé con cuidado la pequeña bolsa plástica, perfectamente cerrada, y llegué a la conclusión, sin dudas, de que era marihuana. Lo sabía porque había vivido unos meses en un asilo de ancianos, y uno de los viejos que más amable era conmigo fumaba de vez en cuando. Decía que lo hacía por el glaucoma, pero claro que eso no era verdad. Se llamaba José, y si normalmente era amable y gracioso, cuando fumaba esas dos cualidades se le desarrollaban todavía más. Dedicaba frases maravillosas a las viejas del asilo, decía toda clase de mentiras a los demás viejos y a las enfermeras, tocaba la guitarra y cantaba canciones que yo nunca había escuchado y nunca volví a escuchar. A los pocos días de que se muriera decidí marcharme de ese lugar, que de pronto se había hecho tan depresivo como cualquier otro asilo común y corriente.
            -Es marihuana- le informé a Harley- va a ser mejor que te la saques del cuello, si un policía te ve con eso te van a perseguir.
            Harley comenzó a tratar de quitarse la bolsa con sus garras cuando apareció uno de los perros más viejos de la casa y le dijo que se detuviera. Un perro sin nombre, como la mayoría de los que nos encontrábamos allí. A los fines prácticos, llamémosle simplemente el perro.
            -Dejate eso en el cuello, nene – dijo el perro, que llamaba a todos “nene”-, conozco ese olor, esa marihuana viene de los hippies que viven cruzando el río, a unos kilómetros monte adentro. Si los encuentran puede que encuentren a tu paseador, y que él pueda llevarte de nuevo a tu casa.
            Harley comenzó a mover la cola de felicidad. En ese momento me pareció insoportable su natural tendencia a confiar en que todo iba a salir bien, pero con el tiempo su habilidad para convertir una pequeña chispa de esperanza en una hoguera fue una de las cosas que más admiré en él. Decidí que quería ver hasta donde era capaz de llegar, sobre todo porque de repente, quedarme en esa casa destruida a esperar la muerte no parecía tan buen plan como antes. Bah, todos parecían planes malos, pero al menos este parecía un poco más divertido. Así que le dije que lo acompañaría, lo cual provocó otra oleada de alegría en él. Tuve, por un segundo, el deseo de informarle que estábamos en el planeta tierra, y ver si eso también lo alegraba.
            -Bueno, a olfatear se dijo. Dicen que los pointers tienen un olfato prodigioso… ¿Hacia dónde están los montes de marihuana, Harley?
            -En caso de que no lo hayas notado, Marlboro, tengo una bolsa de marihuana colgando del cuello. Todo huele a marihuana para mí.
            -Bueno, carajo, lo voy a tener que hacer yo –olfateé un par de veces contra el viento, básicamente lo que sentí fue el olor de mis mocos casi congelados, pero también otro aroma dulzón y lejano- Vamos en esa dirección.
            Comenzamos a caminar cuesta arriba desde ese momento, y todo el camino ha sido cuesta arriba desde entonces.

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