jueves, 30 de enero de 2014

Suicidal Tendencies Inc.*



            Cada año, en el mundo, se suicidan más de un millón de personas. Es un hecho. Pura, dura y objetiva realidad. Un millón de seres humanos que no encuentran la contención necesaria y se lanzan a la decisión más difícil, solitaria y definitiva que existe ¿Acaso no podemos hacer nada por ellos? Claro que podemos. Podemos ayudarlos, brindándoles una forma segura y eficaz de quitarse la vida.
            Porque en Suicidal Tendencies Inc.* queremos acompañarte hasta el final.


            Como todos los lunes, lo primero que hizo Fernando Ligier al llegar a la oficina fue revisar la facturación general de la empresa. Los números no eran buenos: luego de un lustro de ascenso sostenido, todo indicaba que cerrarían ese año con cifras negativas, que se verían aún peor con los números que estaban consiguiendo las sucursales de España y EEUU, y ni hablar de los griegos, esos suertudos. “Una buena crisis”, pensó Ligier, “una buena crisis y pasamos al frente”, aunque en su interior sabía que no podían depender de que la economía del país diera un mal paso. Además, en realidad el índice de suicidios no había bajado demasiado, sino que al parecer la gente simplemente estaba volviendo a llevarlo a cabo sin asistencia profesional. Sin ir más lejos, en esa misma semana una anciana se había descerrajado un tiro en la sien con un calibre 45 y tres adolescentes habían saltado desde la terraza de un edificio en un pacto suicida. Cuatro desgracias que no habían reportado ganancia alguna a la empresa; un desperdicio de vidas humanas sin sentido.
            Ligier no iba a quedarse de brazos cruzados mientras la gente saltaba al vacío. Si era necesario los empujaría él mismo, pero de alguna manera se aseguraría de que Suicidal Tendencies Inc.* obtuviera los beneficios de esas muertes. Durante sus primeros años al frente de la sucursal había conseguido números extraordinarios, al punto de que dos de cada tres personas que se quitaban la vida en el país lo hacían bajo la tutela experta de STI*. Es cierto, eso sí, que los planes en cuotas no habían funcionado como él lo esperaba, por obvias razones, pero aún así había conseguido establecer la marca en Argentina, y eso no era un dato menor.
            Tenía que volver a las enseñanzas de sus antiguos maestros del gerenciamiento de empresas, como cuando Ovidio Perez García le señalaba, con mercantil sabiduría, que “el animal con mejores resultados costo-beneficio es el cuervo, que consigue su sustento sin arriesgar el pellejo”, o cuando Trent  McKenzie, el CEO de la filial de Atlanta, le recordaba que “el capitalismo no podía esperar al mercado sino que debía estar un paso delante de él, por lo tanto no se debe esperar a que la gente decida suicidarse, sino darle opciones para hacerlo, brindándole un  servicio eficaz a un precio competitivo”.
            Sin embargo la solución seguía resultando esquiva, ya había optimizado todos los procesos de STI* y no había logrado enderezar su rumbo. No podía, por ejemplo, enojarse con la gente de mercadeo subliminal, que el mes pasado había logrado instalar tres canciones entre las más escuchadas en las que se hacía referencia a la imposibilidad de seguir viviendo separado de una persona. Esos tipos eran unos genios: en los ochenta y noventa le dieron el último empujón a millones de personas con Air Supply. “I can`t live, if living is without you” – canturreó Ligier en falsete sin poder evitarlo, mientras soñaba con dinero lloviendo del cielo. Y gente también, claro.  
            Tampoco creía que el elemento defectuoso de la cadena se encontrara en el área de publicidad. La última campaña había sido todo un éxito, con imágenes de personas severamente lastimadas o discapacitadas acompañadas de la frase “Cuando no se puede fallar, STI*”, había transmitido a la perfección el mensaje de lo catastrófico que podía ser un intento de suicidio fallido.  Por otra parte, seguían imponiendo por los medios de comunicación un ideal de belleza y éxito inalcanzable para la mayoría, que producía frustración y depresión ante su infructuosa búsqueda. Incluso, esta área de la compañía había tenido la brillante idea de instalar cabinas de suicidio automático en las principales terminales de ómnibus y aeropuertos del país, aparatos absolutamente eficaces que se encontraban bien a mano de las personas que aún lloraban una despedida.
            Ni siquiera las promociones de dos por uno habían atraído a la gente a STI*, pese a que se trataban de alternativas sumamente económicas y -lo más importante-, que garantizaban el cumplimiento de cualquier pacto suicida. Nada de engaños ni falsas promesas, si uno de los pactantes se mostraba reticente a cumplir con su parte, personal especializado de STI* se aseguraría de que cumpliera su palabra, por cualquier medio necesario. Pero ni siquiera una oferta tan atractiva como esta había revitalizado el tráfico comercial de la empresa.
            Al final del día, Ligier se encontraba devastado. El próximo martes debía reunirse con los principales accionistas y, si no lograba convencerlos de que era capaz de torcer el rumbo de la empresa, sus días como gerente estaban contados.


            El lunes siguiente se despertó sintiéndose resignado. Había decidido que, simplemente, se limitaría a disculparse con los accionistas y poner a consideración su renuncia, en vista de los magros resultados del último balance. Se marcharía con la frente en alto, convencido de que el balance general de su gestión era muy bueno, y que pese a que en el último período la gente no había tomado a STI* como la alternativa más adecuada para poner fin a su vida, durante años habían sido líderes en el mercado de la asistencia al suicida. Haría una buena presentación, recordando hitos de su gestión como la instalación de la primera cabina de suicidio automático, el combo suicidio más funeral y las fotos de las celebraciones por el suicida número cinco mil. Se iba a ir por la puerta grande.
            Satisfecho de sus conclusiones, salió a la calle a buscar el diario, pensando en cómo iba a hacer para actualizar su currículum. No tenía dudas de que la gente de STI* recomendaría fervientemente sus servicios, y de que la experiencia ganada le iba a ser muy útil en las áreas de negocios con buenas perspectivas de futuro, como la explotación de inmigrantes ilegales o el manejo privado de las fuerzas del orden, pero iba extrañar los buenos viejos tiempos, en los que la gente se ganaba la vida ayudando a otros a quitarse la propia.
            Compró el diario mientras reflexionaba acerca de estas cuestiones, y el titular de la primera plana lo dejó sin palabras.

LEY DE FLEXIBILIZACIÓN LABORAL: APROBADA.

            Pegó un salto lleno de felicidad y dio un grito triunfal. Inmediatamente ordenó adelantar la reunión del martes para esa misma tarde. Definitivamente había un mercado ahí, y había que salir a conquistarlo.

            *Suicidal Tendencies Inc. y STI son marcas registradas de Soylent Corporation

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